Ayer fui a buscar trabajo
Ayer fui a buscar trabajo. Creo que no existe actividad más humillante e insensata que la de buscar trabajo: vestirse con pulcritud, aparentar solvencia moral, proclamarse ciudadano responsable. ¿Y todo para qué? Nadie sabe exactamente qué busca en la vida, pero ahí estábamos todos diciendo con las caras alegres que nuestro objetivo se resume en trabajar para esa empresa, universidad, mercado o lo que fuere.
Como decía, ayer fui a buscar trabajo. Tomé una combi que me llevó hasta la UPC y rendí el examen de selección para tutores. Cuarenta y cuatro personas postularon al mismo trabajo que yo, por el cual renegaremos cada fin de mes, cuando no nos alcance el dinero que recibimos. Lo impresionante es la cantidad de gente deseosa de ser explotada. Por un sueldo promedio de 1000 soles mensuales, cuarenta y cuatro profesionales peruanos se jugaban la cartera el día de ayer. No vi más que rostros ausentes, ensimismados y deprimidos.
Al terminar la evaluación, salí de la UPC y caminé por avenida Primavera pensando que tal vez no era para tanto, que si me fijo bien, el trabajo que me ofrecen es mejor que muchos de los que veo cotidianamente cuando camino por las calles. Traté cuanto pude de convencerme de que así era, de que a pesar de todo no tengo que lavar carros ni lustrarle las botas a nadie. Pero pronto abandoné ese pensamiento y comencé a razonar con frialdad la situación. Y tal como yo lo veo, las cosas son así: éramos cuarenta y cuatro ovejas sometidas a un proceso de selección. Aquellas ovejas con las pelambres más dóciles y brillantes serían las elegidas para ser trasquiladas y recibir a cambio, al cabo de unos meses, un par de guantes o tal vez una chalina como pago por toda aquella lana que salió de ellas mismas.