El egoísmo de la paternidad
La semana pasada, fui a que me cortaran el cabello en una peluquería por mi barrio. Como es lo habitual en estos lugares, el televisor estaba encendido en un canal nacional. Esta vez, se trataba del programa de Carlos Cacho. Una señora de 57 años llamó y dijo: “Cachito, por favor ponme bonita que quiero conseguir pareja. No tengo hijos y estoy solita”. La petición provocó una ligera sonrisa en mi peluquero, quien se animó a comentar que nadie debería dejar de tener hijos porque la vejez será extremadamente solitaria. Yo me reí y asentí con la mirada, aunque en realidad no pienso como él.
La frase del peluquero quedó dando vueltas en mi cabeza. ¿Por qué la gente decide tener hijos? ¿Es un acto de total desprendimiento como sostienen muchos? ¿O tal vez será una especie de seguro contra la soledad de la vejez? Así como existen las AFP para evitar la mendicidad de los viejos, también existe en la gente un sistema natural de previsión de la soledad. Me explico: el muchachito que criaremos con el esfuerzo de nuestra juventud será el responsable de evitar la desolación cuando lleguemos a la edad de las canas largas. Él nos brindará nietos y alegrías, y no seremos viejos solitarios que fuman pipas de cemento mirando a la “Tabaquería” de enfrente.
Tal vez, no sea la única razón por la que muchos deciden procrear. Tal vez, el instinto nos lleve a engendrar calatos malcriados y a soportar todo por amor a los hijos. Tal vez, la gente tenga la altruista necesidad de enseñar y de otorgar todo aquello que sus padres no pudieron darles cuando chicos. Sin embargo, ninguna de aquellas razones me satisface. Tengo dentro de mí la ligera sospecha de que la paternidad no es más que un mecanismo para evitar la soledad. Si estuviese en lo correcto, tendríamos a millones de irresponsables egoístas caminando por la calles. Todos con sus hijos bajo el brazo como si representasen la esperanza de una vejez más llevadera. Traer a un ser humano a este mundo cada vez más conflictivo y despiadado me parece el acto de mayor egoísmo que existe.
Muchos afirman que la paternidad es el acto más sublime del desprendimiento y que, por el contrario, no esparcir nuestros genes por el mundo evidencia una personalidad egoísta y malgeniada. Curiosa y sospechosa situación. En todo caso, me parece a mí, que traer hijos al mundo es mucho más egoísta e irresponsable que cualquier vanidad de fin de semana, porque ellos heredarán para siempre nuestras miserias, resentimientos y fracasos; en cambio, las vanidades terminarán con el sol que nace un domingo en la mañana y no se preguntarán jamás por el sentido de la vida.