#ElPerúQueQueremos

Una visita al doctor

Publicado: 2010-03-24

Había ingresado a la Universidad Católica a los diecisiete años. Quería ser ingeniero. Usted sabe, doctor: mucha plata, mujeres, vacaciones en el Caribe y todas esas cosas que nos venden por televisión. Luego me di cuenta de que nada eso valía la pena, si tenía que dedicar mi vida entera al trabajo. Veía a mis primos, a mis cuñados, a mis tíos, a todos los ingenieros de mi familia sumergidos en el trabajo constante: el Nextel no paraba de sonar ni los domingos. Ir a clases dejó de tener importancia y un día decidí no ir más. Me quedé en casa, leí mucho y descubrí a Antonin Artaud y a Baudelaire y a Poe y a todos aquellos poetas drogadictos y alucinados que llegaron una tarde con sus páginas llenas de opio y se fumaron todas mis represiones.

— ¿Qué quieres decir con que se fumaron todas tus represiones? ¿Te refieres a los prejuicios sociales, morales, ese tipo de cosas?

Digamos que sí; también eso, pero solo en un sentido superficial: usted sabe, se piensa que un drogadicto es un inútil, un despojo que no aporta nada. Y de pronto, vienen estos cisnes llenos de palabras hermosas y picantes y lúcidas y, de inmediato, uno empieza a cuestionarlo todo. ¿Quién es el despojo en realidad?, ¿el vecino ignorante que solo sabe de sus negocios o estas almas psicotrópicas poseídas por el don de la belleza? Los prejuicios se quiebran en el mismo instante en que lees un verso alcoholizado de Baudelaire o un fragmento arrogante y lleno de opio de Antonin Artaud, eso está claro. Pero además de eso me refería a otro aspecto: al de las represiones. Estas otras visiones sobre aquello que era tan prohibido en la escuela cambian tu modo de pensar, te liberan, rompen los grilletes, porque uno ha vivido todo el tiempo alejado de ciertas sustancias solo por el miedo que infunden quienes se favorecen con la prohibición y resulta que uno se reprime y piensa que si alguna vez prueba marihuana va a destrozar su vida y cuando lo haces y te das cuenta de que nada de eso es cierto, entonces, ya no pueden controlarte con esas cosas, porque uno es libre, ha elegido un camino, ha optado por un estilo de vida y no se ha dejado reprimir por falsos cuidados médicos y psiquiátricos.

Dicen que las drogas vuelven locos a los hombres. Pero eso no es cierto. Es la sociedad misma la que los vuelve locos: los encierra en oficinas asfixiantes durante más de 48 horas a la semana y cuando llega el sábado todos salen con ganas de ponerse dementes con el alcohol y con las putas y todas esas cosas que se venden con libertad y al antojo del cliente. La sociedad crea la enfermedad para poder decirnos luego que ella tiene la cura y, entonces, vienen los médicos y los psiquiatras y lo llenan a uno de pastillitas y lo condenan al olvido.


Escrito por

Mariano Vargas

Autor de las novelas cortas "Los mutantes" (2008) y "Homo demens" (2010)


Publicado en