La gran estafa (sin George Clooney)
Desde muy pequeño, escuché a los adultos de mi familia sermonear sobre los efectos redentores de la educación. “El que estudia, triunfa”, decía mi abuela. Y todos le creímos. Nos convertimos en abogados, ingenieros, médicos. Los vecinos también parecían tener una abuela como la mía. Pronto dejamos la pelota y las esquinas, y nos sentamos a escuchar interminables cátedras en bancas de madera. Hasta que un día obtuvimos nuestros títulos: que fulanito trabaja en una transnacional, que menganito viaja todos los meses por negocios, que sutanito es gerente de un banco. La misma sinfonía del éxito sonó y sonó por generaciones en los oídos de mucha gente. Y nos la creímos.
Ahora, que ejerzo la docencia cotidianamente, observo con incredulidad los supuestos dones de la educación superior.
Durante los últimos años, y gracias a las leyes que el inocente Alberto Fujimori promoviera, hemos visto proliferar un número descomunal de universidades por todo el país. Alumnos que no poseen la menor disposición para el estudio son engatusados a diario por estas “instituciones académicas” con la promesa del éxito. El primer ciclo les resulta devastador: los cursos parecen dictarse en griego, los profesores son apáticos, los alumnos no saben ni siquiera que el Perú fue una colonia española. ¿Quién tiene la culpa de esta situación? ¿La universidades-empresa?, ¿los propios alumnos escasos de luces que no pueden oler la estafa perpetrada bajo sus narices? Yo diría que todos ellos solo son parte de un mal mayor: el sistema de valores impulsado por la sociedad contemporánea.
El mundo ha iniciado una demente y desesperada carrera por obtener dinero. El éxito de una persona se mide en términos económicos. Poco importa el amor por el conocimiento, el gusto por el arte o la fascinación que debería generar el estudio. Lo único que realmente tiene valor es la billetera, siempre dispuesta al derroche, y al consumo conspicuo y exacerbado.
El nuestro es un mundo gobernado por las leyes del mercado. Quien no pueda sostener una rutina de compras constantes será expulsado de este nuevo orden, se convertirá en un paria, en un 'desclasado'. Ese imperativo es el responsable de la enloquecedora oferta educativa, porque detrás de cada universitario se encuentra un tipo dispuesto a hacer cualquier cosa por alcanzar el codiciado éxito económico, incluso estudiar, no importa dónde.
Las universidades que, en los últimos años, han sembrado sobre el Perú sus edificios y oficinas administrativas conocen esto a la perfección. No es una casualidad de la vida ni una oportunidad única. Se trata de un negocio altamente rentable. Estudiantes de todos los rincones del país se matriculan en alguna de estas instituciones para abandonarlas a los pocos semestres de haber iniciado la carrera. Depositan el esfuerzo de sus padres en las arcas universitarias y, luego de ser desfalcados, regresan a casa con la moral un poco más empobrecida que sus bolsillos.