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Tecnología: ¿progreso o estancamiento?

Publicado: 2010-10-20

Tengo un buen amigo que trabaja en Foncodes, una dependencia del Estado ubicada entre las avenidas Córpac y Paseo de la República. Para llegar hasta allí tiene dos opciones. La primera lo obliga a tomar dos vehículos: una combi y el famoso Metropolitano, lo que le genera un mayor costo. La segunda alternativa es más económica, pero se emplea más tiempo: debe abordar uno de aquellos micros viejos que padecen la desviación de su ruta, ocasionada por la sospechosa licitación que la Municipalidad de Lima pactó con la concesionaria de este nuevo y desafortunado transporte limeño. Según me cuenta, todas las mañanas, es preciso soportar la aglomeración de gente en sus paraderos con ascensores eléctricos y mil artilugios de todos los colores. Una vez dentro, el hacinamiento nos recuerda el insoportable primer gobierno de García: codazos, empujones, camisas sudorosas. El resultado: molestia, pérdida de tiempo y mayor costo de movilidad. ¿En qué consiste el progreso, entonces?

Dos sobrinos míos entregan sus tardes a golpear el teclado de sus computadoras. Cada uno, desde sus cuartos, dirige ejércitos de visigodos y bárbaros atilas en un juego, incomprensible para mí, que llena sus infantiles mentes de estrategias multicolores, y reservas de alimentos y soldados. Cada tarde, aplastan sus excitadas mentes contra la pantalla del ordenador y se olvidan de que tienen un cuerpo y de que este necesita un mínimo de movimiento; total, lo único importante es acabar con la legión enemiga.

Cuando camino por las calles o entro en algún restaurante de menú, peluquería, bazar o lo que sea, suelo encontrar una pantalla de televisión que absorbe totalitariamente la atención de quienes la miran. Los programas que se emiten, en su mayoría, siguen un mismo patrón: se esparce el entretenimiento vacío que la gente reclama para continuar con su rutina de tres centavos. El celular cumple una función parecida: empotra la atención de la gente en sus dedos pulgares. Lo mismo ocurre con los juegos de video, los dispositivos de reproducción fílmica, las cámaras digitales y con toda aquella parafernalia que parece brotar inconteniblemente de las grandes firmas de electrodomésticos. Nadie tiene más cabeza que para recibir imágenes inútiles el día entero.

Muchas veces, confundimos el progreso con la modernización. El primero consiste en un cambio radical de las circunstancias para el beneficio de todos. El segundo solo implica una modificación de lo existente, un pequeño agregado a lo ya conocido. De acuerdo con eso, ¿existiría, entonces, algún progreso en los artilugios que he mencionado? ¿El hacinamiento y la incomodidad desaparecieron  con el Metropolitano? ¿Los videojuegos virtuales o en 3D ofrecen una lógica distinta de la que ofrecía el Atari? ¿Los televisores de plasma o LCD emiten una programación diferente a la que se veía a través de los transistores? Evidentemente no. Vivimos una época veloz y agitada solo en apariencias. Creemos que avanzamos y estamos rodeados de lo mismo que ya existía en 1960.

La tecnología está desbocadamente inclinada hacia la industria del ocio. Otras áreas del conocimiento no mueven, ni por asomo, las mismas cantidades millonarias que circulan en las viñas del entretenimiento. Algunos dirán que la medicina es uno de los campos en los que el progreso tecnológico sí ha servido para el beneficio de la humanidad. Yo no estaría tan seguro. Con excepción de la industria farmacéutica que mueve cantidades obscenas de dinero en antigripales, el resto de los campos médicos de investigación se encuentran apenas financiados. Si la tecnología hubiese ayudado tanto a la medicina, como suele creerse, entonces el VIH no debería seguir vulnerando nuestro sistema inmunológico y el cáncer no debería seguir envenenando nuestra sangre ni devorando nuestra carne. Me parece una grave falta de respeto hacia el género humano que se hable de progreso tecnológico cuando, a todas luces, la tecnología solo nos estanca en nuestras butacas y nos obliga a comer palomitas de maíz en 3D.


Escrito por

Mariano Vargas

Autor de las novelas cortas "Los mutantes" (2008) y "Homo demens" (2010)


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