El éxito se ve bien
De camino hasta aquel impoluto lugar donde trabajo, cruzo todos los días por la esquina de la avenida Primavera con Encalada. A la cabeza de una larga y maciza columna de metal, descansa la publicidad del nuevo Nokia Smartphone: “El éxito se ve bien”. El anuncio es enorme. De un color azul intenso que produce paz. Es, probablemente, el anuncio más grande que existe en ese cruce de avenidas. Pero el mensaje es pequeño y solo ocupa una esquina de todo el panel. Porque lo importante es transmitir una sola idea. Pareciera, incluso, que no importara el producto en sí, sino la intención de sembrar esta única idea: valdrás en tanto puedas ostentar. Es decir, el valor de las personas se relaciona directamente con la imagen que se pueda comprar.
Un mundo enturbiado por el frenesí de las compras termina por creer que esa forma de valorar las mercancías, basada en la imagen, es la vara con la que se mide el valor de las personas. Tendremos valor mientras seamos un producto rentable en el mercado. Y ese valor tiene que ser expuesto a través de signos visibles como el Nokia Smartphone o cualquier otro amasijo de chips y pantallitas táctiles.
Ir de compras es como ir a buscar insignias o medallas de honor. Los logros laborales tienen que ser reconocidos, de alguna forma, fuera del ámbito laboral. Si no, ¿qué sentido social tendría todo el esfuerzo que implica el trabajo? ¿Cómo reconocería la sociedad de consumo el éxito de un empresario? Tiene que otorgarle una manera sencilla de ostentar su éxito. Y eso se da a través del poder de compra. No es un secreto que la escala social esté medida por la capacidad de adquirir bienes y servicios. Lo curioso es que ese mandato está tan internalizado en la gente que ya pocos lo cuestionan.
Como el valor de las personas se mide en relación a la imagen que puedan comprar, ya poco importa la persona en sí misma. Su valor real queda desplazado por el valor que tienen los productos en el mercado. En otras palabras, el valor de las personas se encuentra fuera de estas: les es ajeno. Una sociedad que valora el éxito en términos de imagen es una sociedad condenada a la frivolidad y al engaño, una sociedad adicta a las sombras antes que a la luz, una sociedad, finalmente, que no vale por sí misma.