Horarios esclavos
Hace unos días, un amigo me llamó para cancelar los planes de bares que teníamos para el fin de semana. La razón: un cambio de horario en su trabajo. Resulta que la Telefónica, ahora Movistar, decidió sentarlo a su escritorio entre las seis de la tarde y las dos de la mañana. Una amiga mía, supervisora de atención al cliente para la empresa de seguros Rímac, me comentó hace poco que pensaban rotar sus horarios. Vale decir, un mes trabajaría en las mañanas y el otro, en las tardes. Me lo contaba con enojo, pues ese horario le impedía continuar con sus estudios en la universidad.
Tengo entendido, por comentarios de otros amigos y compañeros de trabajo, que los horarios laborales se manejan de esa manera en la empresa privada. Esta posee el control absoluto sobre el tiempo de sus empleados, les pertenece. Desde el momento en que se firma un contrato, la empresa pasa a ser la dueña del tiempo de sus asalariados. En otras palabras, la vida de una persona deja de pertenecerle para ser parte de los negocios de otros. Lamentable forma de entender la existencia humana. Existencia propia de un sistema que anula los Derechos Laborales y asume que las personas son simples “Recursos Humanos”, recursos que pueden ser utilizados como mejor le convenga al empresariado. Total, son ellos quienes tienen el dinero. Y el dinero lo es todo en la ultra moderna sociedad de consumo.
¿Y qué sucede con el trabajador? ¿Cómo responde a estas condiciones de vida a las que lo someten los antojos del empresario? Algunos —muy pocos— reniegan entre dientes. Pero no pueden hacer más. La puerta de salida siempre estará abierta: “Si no te gusta, puedes irte, detrás de ti hay miles deseando tu puesto”, diría algún capataz de saco y corbata. Otros, no sé si con cinismo o real entusiasmo, se entregan a estas condiciones laborales con alegría y apelan a la proactividad, uno más de los engaños del Capitalismo del que ya me ocupé en un post anterior. Al parecer, solo quedan dos opciones: rumiarlo todo entre los dientes o sonreírle al patrón con acento proactivo. Así construimos el futuro. Es fabuloso: el Perú avanza.
Esta maquinaria de explotación está tan enraizada en nuestra forma de entender el trabajo y la vida, que ya pocos la cuestionan. Es tan cotidiana que hasta parece natural, como si este orden de las cosas siempre hubiera sido así. El trabajador no llega si quiera a poseer la categoría de persona. Es un recurso más dentro de la ingente cantidad de recursos que existe en la actividad empresarial. Es decir, el trabajador se encuentra al mismo nivel que una computadora o una máquina de café que el empresario utiliza cuando más le conviene. Ese es el concepto que albergan los Recursos Humanos. ¿Ironías de la vida laboral?, ¿secuestros del tiempo?, ¿esclavizaciones consensuadas? No lo sé. Solo espero que no llegue el día en que alguien me obligue a mover mis horarios a su antojo. Porque, entonces, seré un desempleado más.